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martes, 26 de abril de 2016

Ángel

He soñado que tocaba la trompeta. Estoy rodeado de músicos –son buenos de verdad, todos negros y vestidos de traje- y me invitan a soplar una. Le saco un par de buenos sonidos limpios y armónicos, un par de frases cortas, a lo Miles. Ellos me miran con aprobación mientras suena precisamente Miles Davis, con lo que tengo que parar de hablar con ellos para disfrutarlo. Me siguen mirando con aprobación. Ya soy uno de ellos.
Debe ser que leer Sandman antes de dormir reactiva el músculo que hace que se escapen los sueños de sus residencias palaciegas más allá de nuestro alcance, como si vivieran en las casas de los ricos, allá en esos barrios en los que el metro no llega. ¿Es sólo una cuestión de azar? ¿Qué (o quién) decide de qué nos vamos a acordar? No me importa. Bienvenidos sean siempre.

Me he comprado una trompeta. No he tocado una nunca. Salvo en sueños. Es preciosa. Se llama Ainë. La he desenfundado y la he tenido en mis manos un buen rato. Nos hemos acariciado, mirado. Pero no me atrevo a besarla aún. Siento que tengo q soñarla de nuevo. Así que esta noche me dormiré con Sandman otra vez. No me hace falta escuchar a Miles, eso ya viene conmigo.

No tengo reparos en reconocer que prefiero dormir a vivir despierto. Suelo dormir más de 12 horas diarias. Mebael me dice que no estoy aprovechando esta vida. Ya no me acuerdo del último amanecer que ví. Me pierdo cualquier cosa que pueda pasar por las mañanas ya que hasta la hora de comer ni se me ocurre levantarme. Adoro las noches y su quietud y me desasosiega la actividad humana y la luz del Sol. No tengo pareja ni por supuesto hijos, eso no es para nosotros. Pero tengo dos gatas. Y una trompeta. Y todos vivimos en completa armonía.
Internet me permitió no tener que salir a comprar, algo que siempre había detestado. Fue como una bendición. Comida, ropa, electrodomésticos, música, gestiones bancarias, fiscales. Sólo uso Internet para estas cosas. No soy usuario de ninguna red social. Tampoco practico ningún deporte ni hago ejercicio fuera de mi pequeño apartamento. Apenas salgo, únicamente a pasear cuando llueve. Eso sí me gusta mucho. No tengo teléfono ni leo la prensa ni me interesan los deportes. No sé qué pensarían mis padres de cómo he escogido vivir. Ya apenas los echo de menos, ha pasado mucho tiempo. Sólo sueño muy de vez en cuando con ellos, siempre aparecen juntos, nunca sueño con sólo uno de los dos. El destino lo quiso así y tras el accidente mi tío se encargó de todo. Me trajo unos papeles y un extracto bancario. Con todo lo que me habían dejado, junto con el apartamento, calculé que podía vivir sin aprietos hasta los 55 años. Justo. El día que se me acabe, es decir, el 11 de agosto de 2036, me iré de aquí por la vía rápida, en el AVE que acaba en el otro lado del túnel. Como no sé qué me espera en el otro lado, no gasto ni un minuto en pensar sobre ello. Tampoco se lo he contado a Mebael. Ni a Rafael. Ya me los encontraré ahí.
Tengo 1.123 libros, todos heredados por parte de madre. Algunos me los he leído casi por obligación y muchos me han sorprendido. También poseo más de 1.000 CD’s de música y de ellos apenas escucho con regularidad unos 15. Con eso me sobra.

No sé qué es la felicidad ya que mi vida apenas cambia con el paso de los días, hago lo mismo un 15 de julio que un 25 de diciembre. Tengo la suerte de que aquí donde vivo la temperatura apenas cambia a lo largo del año, y todo va desde abrir algo la ventana antes de irme a dormir hasta ponerme una ligera rebeca de madrugada. Eso es todo. Tampoco llevo la cuenta de los días de la semana y si me entero de qué día es es porque me llega alguna notificación al ordenador, del que he suprimido la molesta hora y fecha de abajo a la derecha.
Salvo Mebael y los demás no tengo amigos ni conocidos, nadie me busca ni yo pregunto por nadie. No me interesa. Además sería imprudente y ese fue el trato al que llegué con el Dios de este mundo: no tener contacto con nadie. Soy un caso único en este tiempo, aunque me han explicado que siglos atrás esto era bastante más común que ahora. Ya nadie prefiere quedarse. Eso jugó a mi favor, desde luego. Aunque yo ni lo sabía. Y no acabo de entenderlo. Mi vida ahora es una maravillosa sucesión de lentos minutos, un mar calmo y eterno, no conozco la premura ni el ayer, soy como esa carta del Tarot que invita a recogerse. Observo cómo el viento mueve las hojas de los sauces del parque y cómo la luz juega con ellas. Todo es perfecto, nada sobra o falta, el simple hecho de existir es como la más placentera de las siestas del verano.


Un día pasó algo distinto. No era la primera vez que alguien llamaba a mi puerta, desde luego, pero la voz que me llegó tras las dos tandas de suaves y cortos golpes en la madera me produjo una sensación que había ya olvidado. Normalmente la gente desiste rápidamente y se va a los pocos segundos, pero ese día alguien se quedó más de lo habitual y susurró unas palabras que no logré entender. Sin embargo no fueron las palabras, fue la voz. Era femenina, joven, frágil. Hermosa como un claro de Luna, hermosa como la pieza de Debussy. Me quedé de piedra escuchando aquellos sonidos. Me imaginaba los labios por los que salía el aire domado de aquella mujer. Su pecho. Su sudor limpio. Su pelo, su piel. Tuve q buscar en Internet.
Me pasé casi cuatro días seguidos recabando información, mirando vídeos, fotos, cuadros. Y entonces fue cuando me acordé.
Igual que un sueño baja hasta nosotros, dejando un placentero hueco en su origen y llenado otro en su destino, igual que una fruta madura cae, a mí me llegó el recuerdo de lo que se me había privado en esta regalada vida. Todo empezó a cambiar, al principio lentamente, y al cabo de pocos días mi ordenada y placentera existencia se vio sacudida como un huracán arrasando una guardería. 
No tuve que esperar mucho a que Gabriel me viniera a visitar. Llegó con Rafael, aunque este último no pronunció ni una sola palabra. Por algo que estaban aún estudiando se había producido un fallo, algo inexplicable: había sobrepasado mi condición y había renacido en mí algo cuya ausencia era precisamente una de las más importantes características de lo que se supone que somos. Era anti natural. Lo primero que me dijo Rafael era que mi aspecto había cambiado. Sudaba, me había salido barba, tenía ojeras, hacía ruido al moverme. De momento querían que siguiera en mi puesto habitual, valía la pena ver cómo se desarrollaban los acontecimientos, experimentar conmigo para acabar de entender cómo el Deseo había logrado sobrepasar la Puerta. Me sentí maltratado por Rafael, y más por Gabriel con su incómodo e inhabitual silencio. El Dios de este mundo no estaba disgustado conmigo pero estaba claro que este asunto le estaba incordiando. Esto era inaudito. Me intentaron transmitir tranquilidad pero el efecto fue el contrario, como suele pasar en estos casos. “Quédate aquí como siempre, no salgas y no veas a nadie. Como siempre. Todo sigue igual”.
Pero ya nada fue igual. El cambio fue drástico. Me pudo el aburrimiento, la dejadez. Apenas cocinaba. Dormía poco y muchas veces mal. La sonrisa se desvaneció de mi rostro, que cambió en pocos días hasta el punto que me salieron arrugas, granos, yagas, caries. Me dolía constantemente la espalda. Ya ni dormir podía. Cada vez que intentaba reanudar mis quehaceres me sobresaltaba una ola de rencor y de pena, amarga y desagradecida. Intentaba disimular, recordar cómo era todo apenas unas semanas atrás y actuar como entonces. Era inútil, frustrante. Me empezó a doler el vientre durante todo el tiempo que estaba despierto, era como un peso inmóvil que me quitó el apetito y las ganas de respirar. La desesperación hizo acto de presencia y decidí que de seguir así una semana más me iba en el AVE antes de tiempo. Una pena, pero así no se podía seguir.

La segunda visita de Rafael, que esta vez vino solo, fue mucho más corta. Apenas me miró. Habían decidido que no podía volver, al menos de momento. Y que debía esperar. Que siguiera igual, con mis libros y mi plácida vida. Sin ver a nadie. Iba para largo. Ni se atrevió a mencionarla. Pero yo ya había tomado una decisión. Tenía que escuchar aquella voz de nuevo. Y ver cómo eran esos labios por los que salía ese aliento que hizo tambalearse las columnas de la Creación.