Hola

Bienvenidos al sitio que ha de azuzar mi pluma.
Gracias por participar.

jueves, 10 de mayo de 2012

Mil días


Sanda se fue con el Monzón.

Yukhi no estaba muy de acuerdo. Yukhi no estaba nunca muy de acuerdo con nada ni con nadie. Siempre tenía la misma expresión en su rostro. Como de desaprobación. Como de "ya, bueno, tú sabrás". Y callaba. Pocas veces hablaba y nunca sabías qué rondaba su cabeza. Era una mujer sencilla, sin muchos amigos, dedicada a sus hijos y a su marido, en este orden. Y a su perro, el cual no podía separarse de ella y tenía, como suele pasar, su misma expresión de indulgencia. 
Sanda partió una lluviosa pero amable mañana de octubre, con pocas cosas a la espalda, varias en la cabeza y muchas en el corazón. Eso parecía decirle a Yukhi cuando se despidió de ella, con un sincero pero parco beso en la barbilla, como solían hacer desde que se conocieron. Los niños le decían adiós con lágrimas en los ojos. Menos Vishnu, muy orgulloso porque se había quedado con los zapatos viejos de su padre.
 
Sanda estuvo mil días fuera de casa. Ni uno más ni uno menos. Nadie los contó, sin embargo.
Durante todos esos días vivió experiencias únicas y visitó todo tipo de lugares, pasó frío y calor extremo, lloró de alegría pero también de dolor. Perdió dos dientes, sus zapatos nuevos y se trajo consigo pocas respuestas. ¿Qué cosa era la cosa más bella de la Tierra? ¿Un animal, un momento en el espacio, el mar, la arena del desierto? Sus ojos y su corazón pudieron disfrutar tras gran esfuerzo y mucha paciencia del esquivo irbis, el leopardo de las nieves, en alguna perdida y nevada ladera del Himalaya. En Kamtchatka vio fugazmente al leopardo del Amur, así como al gran felino del norte, el más grande del mundo, el tigre de Siberia.Y ocelotes en Brasil. Y los impresionantes caballos salvajes de las praderas de Virginia. Y ciervos de cornamentas como raíces de roble. Y robles más altos que el vuelo de un águila. Y águilas doradas con grandes ojos de ciervo. Y las maravillas de los mares del sur, donde reina el tiburón tigre, el animal mejor adaptado a su medio que Sanda pudo haber encontrado jamás. Y todos los paisajes y cielos estrellados que le dejaron sin aire. Y el eclipse de Luna desde la cima de la gran Roca de Ayers en la roja Australia.
 
Mil días, mil maravillas. Ninguna respuesta.
 
Sanda llegó abatido, mucho más delgado y moreno. Sus hijos estaban en la escuela aún y Yukhi le recibió con más alivio que alegría. Se dio cuenta al instante de que algo había cambiado. El perro no estaba. Pero había algo más.
Detrás de Yukhi apareció un pequeño cachorro humano. Tenía grandes ojos verdes y largo cabello azabache, y dientes blancos tras la más tierna sonrisa que había visto nunca. Había nacido, sin él saberlo, su cuarto hijo. Era una niña. Lloró de alegría. Y de alivio. Su desazón se tornó en humilde vergüenza. Yukhi le miró a los ojos y le dijo con ellos, plenos de condescendencia, que ella ya lo sabía. Sabía que su búsqueda iba a ser inútil, desde el principio. La criatura más bella de la tierra estaba aquí, entre estas cuatro paredes. El mundo, repleto de maravillas, podía esperar. Quizás esa niña lo descubriría algún día.


Christian.