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viernes, 30 de abril de 2010

El sepulturero y las Margaritas Negras (Fábula)

La mujer del sepulturero ha muerto. Al cabo de unas horas sepultan sus huesos, que al parecer, es lo único que queda de ella. Entonces me digo que seguramente hace mucho tiempo que esté muerta.
El mismo sepulturero actúa de oficio. Pone los huesos en la tierra, sin más contemplaciones que los huesos en la tierra.

La tormenta se avecina pero él, inmutable, apisona la tierra en una lenta ceremonia. Ha dejado unos cuantos pares de margaritas negras porque sabe que a los huesos les gusta deshojarlas.
Pasan los días y las semanas y ahí abajo las flores se han acabado, ya no hay nada para deshojar, y, por suerte, los huesos ya no sienten mucho, sólo saben que han desaparecido de la superficie, han sido borrados. Comienzan a sentirse cómodos de esa manera y se duermen.

Pero ahí está otra vez el sepulturero, ahí viene con otro ramo de margaritas negras. A veces los huesos se preguntan por qué lo hace, si acaso se siente solo o si realmente le causa alegría volver a verlos. Pero ambos saben la verdad, que uno es sepulturero y que el otro es hueso. Uno de los dos está muerto hace mucho para el otro. Aún así, los huesos siguen sin entender, los huesos son fantasiosos. Y otra vez se preguntan por qué tiene que ser así. No entienden el motivo de volver una y otra vez con esas flores. No se dan cuenta de que volver con flores no tiene otro significado más que volver con flores. Entonces se dicen a sí mismos si no sería mejor que los dejaran descansar en paz.


Morleena